Alexandre Grothendieck, un genio de las matemáticas recompensado con el premio Fields y conocido por sus firmes posiciones pacifistas y ecologistas, falleció a los 86 años tras haber vivido las dos últimas décadas como un ermitaño en un pueblo de los Pirineos.
Hijo de padres anarquistas que huyeron primero de Rusia y luego de Alemania, lucharon con la República en la Guerra Civil y fueron internados en la Segunda Guerra Mundial (su padre murió en Auschwitz), acabó el bachillerato en 1944, y se matriculó en matemáticas en Montpellier.
No sacó muy buenas notas, pero llamó la atención de un profesor que le recomendó a ir a París. Allí Henri Cartan le puso en contacto con Laurent Schwartz y Jean Dieudonné, que, no sabiendo muy bien qué hacer con él, le plantearon una lista de 14 problemas no resueltos que eran un resumen de todo su programa de trabajo para los próximos años. Grothendieck tenía que elegir uno para trabajar sobre él y demostrarles que tenía madera de matemático.
Unos pocos meses más tarde, Grothendieck se presentó de nuevo a sus maestros: los había resuelto todos.
Schwartz y Dieudonné habían encontrado a un genio. Pero no era fácil retenerle. Grothendieck era apátrida y no podía acceder a un puesto de profesor en la Universidad. Antimilitarista acérrimo, se negaba a hacer el servicio militar (no se nacionalizaría francés hasta los años 70). Pasó unos años enseñando en Brasil y los EEUU, hasta que un industrial aficionado a las matemáticas, Léon Motchane, creó un centro privado, inspirado por el Advanced Study Institute de Princeton, en el que la única obligación y el único requisito eran investigar. Dicen que fue su admiración por Grothendieck, que entonces sólo tenía 27 años, lo que le motivó. El caso es que el genio apátrida desarrolló en el Institut des hautes études scientifiques (IHES) casi toda su carrera. En 1966 recibió la medalla Fields (para ser exactos, la recogió Motchane, pues Grothedieck se negó a ir a Moscú en protesta por el tratamiento que daba la URSS a los disidentes políticos).
Y este aspecto insobornable, comprometido, es lo que hace que Grothendieck sea más fascinante aún. Cada vez más descontento con el mundillo académico, se fue volcando en el activismo ecologista y pacifista, en sus reflexiones introspectivas, en el estudio de los sueños, que para él eran un camino hacia Dios.
Parece que Grothendieck quería, como Kafka, destruir sus manuscritos y que su obra se dejara de reeditar y despareciera de las bibliotecas. Ojalá la muerte no le haya dado tiempo a hacerlo: descanse en paz.